martes, 11 de agosto de 2009

Parecido a ser feliz

Prometo no quejarme nunca más. Siempre he dado el coñazo a mi alrededor hablando de mi mala suerte. Y no es así. Soy un tipo afortunado, que consigue casi siempre lo que quiere, eso sí, siempre a través de trabajo, esfuerzo y perseverancia. Nunca un atajo, un camino más corto, un truco, un enchufe. Todo me cuesta un huevo. Pero no importa.

Siguiendo la teoría de mi querido amigo F, sufro de mala suerte de baja intensidad crónica. Es de cir, si me uno a una multitud y alguien escupe hacia el cielo, ya sabemos todos quién acabará con gomina en el pelo. Pero, ay, en las cosas importantes de la vida, no hay quien me gane.

Hemos cerrado un proceso de adopción de una niña preciosa, una princesa de ébano, un chocolatito que todos querrán comerse (aunque su padre no dejará que ningún chico se le acerque, la pobre, soltera y célibe por siempre). Sin problemas, hemos ido y vuelto, todo ha ido bien, como esperábamos, como queríamos, como sabíamos que iba a suceder.

Esto se une a la enorme cantidad de bendiciones que la vida nos ha otorgado y que no voy a listar, pero que intentamos disfrutar y apreciar cada día. Y alguna más seguro que está por venir.

Y digo "que la vida nos ha otorgado" porque, si hasta ahora estaba convencido de que no hay Dios y que la Humanidad vaga por el Universo de su propia mano, una breve visita a Etiopía me ha convencido. La miseria, la corrupción, el machismo, la pobreza, niños abandonados con harapos, descalzos, suciedad, enfermedades, amputaciones, minusvalías, metrópolis de chabolas, cuerpos dormidos o quizá muertos en las calles, animales en putrefacción, orfanatos, miradas tristes de resignación... Nos hemos vuelto sin lágrimas que llorar.

Y eso es todo, por el momento.
Nos